El Maestro de la Sumisión Adorado
por Roma No Existe en el Evangelio
 
 
Carlos Cardoso Aveline
 
 
 
 
 
A  lo largo de la historia humana, ha habido religiones perseguidas, y ha habido religiones perseguidoras. La evolución de la religión cristiana ilustra bien este hecho.
 
Después de sufrir persecución durante un tiempo, en un determinado momento el cristianismo es adoptado y adaptado por los poderosos y pasa a ser una religión de Estado, una religión imperial basada en Roma.
 
Fue a partir de entonces que se generalizó gradualmente la aceptación de una imagen de Jesucristo como un maestro de la obediencia, de la resignación, de la pasividad y de la sumisión.
 
Cuando leemos los Evangelios del Nuevo Testamento, sin embargo, la idea de un Jesús sumiso y obediente se cae por tierra. Existe numerosa evidencia en el sentido de que Jesús fue, en realidad, un guerrero de la luz. Desafió a las estructuras religiosas y sociales de su tiempo. No creó alguna iglesia autoritaria o centralizada. No se adaptó a las rutinas de su día: las cuestionó todas.
 
La filosofía esotérica afirma que hay una sola sabiduría universal presente de diversas formas en varias tradiciones religiosas y filosóficas de nuestra humanidad. Por eso ella promueve el estudio comparativo de las religiones. Para la teosofía,  la figura de Jesús va más allá de un maestro que vivió en un determinado momento. La idea de Jesús simboliza sobre todo la energía crística o búdica que está presente dentro de cada ser humano.
 
La palabra sánscrita “Buddh” significa luz espiritual, y “Buddha” o “Buda” no es el apellido de Gautama, sino que significa “El Iluminado”.
 
Por lo tanto, la Luz de Cristo es la luz búdica. Jesús es la voz del alma inmortal, la voz de nuestra conciencia. La fuerza del espíritu no se aferra a la rutina automática de los viejos apegos. Al contrario, la voz del alma cuestiona las rutinas y las amenaza y, por tanto, es perseguida, reprimida – y sustituida por la obediencia ciega.
 
Por un lado es cierto que el nacimiento de Cristo o de la sabiduría de Buda en el alma humana trae paz interior. Por otro lado, esto provoca externamente contraste,  conflicto, combate y lucha. De ahí la necesidad de ser guerreros. Este fuerte contraste corresponde a lo que las grandes religiones llaman “pruebas” y “tests”. He aquí algunos extractos de los Evangelios cristianos que sirven como evidencia de esto.
 
Al inicio del Evangelio de Lucas, en la profecía de la futura misión de Jesús, Simeón anuncia: “He aquí, este niño fue puesto para la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y como signo de contradicción (…)”. (Lucas, 2:33-35) 
 
Sí, es un signo de contradicción. Jesús es alguien que va a poner a las personas frente a decisiones difíciles.
 
Años más tarde, ya maduro y armado con la espada sutil de la verdad y discernimiento, el Maestro Jesús aparece como un guerrero. En Mateo 10: 34-39, advierte:
 
“No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no vine para traer paz, sino espada. Porque he venido a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera y su suegra. Por lo tanto, los enemigos del hombre serán los de su propia casa. El que ama a su padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; quien, sin embargo, pierde su vida por mi causa, la encontrará”.
 
Este pasaje tiene una fuerte correlación con algunas frases del  libro del Éxodo, en el viejo testamento.  En Éxodo, 32:27-29, Moisés dice a sus seguidores, en nombre de Jehová:
 
“Ciñe la espada sobre cada lado, y pasa y vuelve a pasar por el campamento de puerta en puerta, y matar, cada uno a su hermano, su amigo, su pariente.”
 
El absurdo, desde el punto de vista espiritual, es evidente. Una lectura literal de este pasaje no tiene sentido, porque uno de los mandamientos de Moisés era “No matarás”.
 
De hecho, tanto el pasaje de Jesús como en el de Moisés, tenemos aquí la dura lección de la impersonalidad.
 
Uno debe mirar con desapego a nuestras relaciones personales más cercanas. Es allí que se da un combate donde es indispensable la espada de la verdad, una lucha contra la falsa paz de la rutina y el acomodamiento. No se trata de estar en conflicto con las personas más cercanas a nosotros, y mucho menos matarlos. Es, más bien, luchar y matar a nuestro propio apego o  rechazo hacia ellos.
 
Jesús no promete comodidad. Anuncia una vida difícil e incómoda para los que quieren “tomar su cruz” – es decir, llevar a su propio karma – y seguir el camino de la sabiduría y el alma inmortal que él, como maestro, simboliza y señala.
 
En  Mateo, 10:22 y 10:23, advierte:
 
“Y seréis aborrecidos por todos por causa de mi nombre. (…) Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Y si os persiguen en esta, tendréis que huir a una tercera”.
 
La necesidad de transcender los apegos y rutinas personales aparece nuevamente en Mateo, 12: 46-50:
 
“Jesús también habló al pueblo, he aquí que su madre y sus hermanos estaban afuera, buscando hablar con él. Y alguien dijo: ‘Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren hablar contigo.’ Pero él respondió a quien trajo el aviso: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Y extendiendo su mano hacia discípulos, y dijo: ‘He aquí mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre celestial es mi hermano, hermana y madre.’ ”
 
¿Qué es, exactamente, el “Padre Celestial”? Para la filosofía esotérica, “Padre Celestial” es “Atma”, la divinidad dentro de la conciencia de cada uno. No es una autoridad externa. Jesús no edificó una iglesia centralizada. Él no creía en las autoridades externas a la conciencia humana.
 
La pedagogía espiritual de la filosofía esotérica ve dos aspectos esenciales en la manera en cómo Jesús enseña.  Una es la autonomía del estudiante, respetada gracias a la ausencia de una estructura asfixiante de poder centralizado. Otro aspecto es la franqueza y la autenticidad del maestro. 
 
Hay, hoy en día, una cierta religiosidad espiritual de clase media según la cual Jesucristo es alguien incapaz de una actitud áspera. De acuerdo con este punto de vista, no sólo Jesús, pero cualquier persona espiritual jamás puede o debe poner límites a los que actúan mal. Y cuando alguien lo hace recibe de inmediato la etiqueta de “no espiritual”, “poco evolucionado”, “insensible”, “hosco”, etc.
 
No es así, sin embargo, lo que vemos en Marcos 11:15-19.
 
El fenómeno de la limpieza del templo muestra una batalla abierta entre la sinceridad y la hipocresía. El evangelista dice:
 
“Y fueron a Jerusalén. Y él entró en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban; volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas. No permitía que nadie condujera cualquier utensilio por el templo; También les enseñó y dijo: ‘¿No está escrito que mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones.’ Entonces los escribas y los principales sacerdotes oyeron estas cosas, y buscaron una manera de quitarle la vida, porque toda la muchedumbre estaba maravillada de su doctrina. Al llegar la tarde, salieron de la ciudad”.
 
Es interesante observar que Jesús no usa medias palabras. Él dice que el templo fue transformado en nada menos que una “cueva de ladrones”. De este modo, los sacerdotes más notables pasan a tramar su muerte. La conclusión para nosotros – los estudiantes de la sabiduría antigua – es que el camino espiritual es peligroso. Este camino estrecho y difícil requiere coraje, desapego y determinación.
 
Por eso la metáfora del caminante espiritual como un guerrero es correcta desde el punto de vista de la filosofía esotérica.
 
La dimensión guerrera de Jesús aparece con fuerza en Mateo 23. Allí, a lo largo del capítulo, él desafía abiertamente los principios doctrinales dominantes en cualquier ocasión, y advierte contra la hipocresía religiosa presente en las más diversas épocas. Veamos un pequeño extracto  de este sermón fundamental:
 
“… ¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero dentro estáis llenos de robo y de desenfreno! ¡Fariseo ciego, limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también su exterior se haga limpio!”(Mt 23, 24-26)
 
Y continúa:
 
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros por fuera parecéis justos a los hombres, pero dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.” (Mt 23:27-28)
 
Sin ninguna preocupación diplomática o apego a las palabras exteriormente amables, el severo Maestro Jesús los llama a los hipócritas “serpientes” y “raza de víboras” (Mt 23, 33). Antes él ya los había calificado de “insensatos y ciegos” (Mt 23: 17). La sinceridad, en Cristo, vale más que la cortesía obligatoria y meramente diplomática. Él sabía que la cortesía aparente, cuando obligatoria,  pasa a ser una cáscara externa que a menudo conduce a la falsedad y la ilusión.
 
La representación teatral de la bondad y la necesidad de satisfacer las expectativas de los demás a cualquier costo también provocan una incapacidad de tomar decisiones.
 
Por falta de fe en sí mismas, muchas personas se pasan la vida aplazando y evitando la elección de su propio camino. Estas personas avanzan o retroceden según la marea, como barcos sin timón, o barcos en los que no hay nadie en el timón.
 
Sobre la necesidad de tomar decisiones claras, Jesús dice:
 
“Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6: 24).
 
El Apocalipsis también condena fuertemente la indecisión, porque impide el avance a lo largo del camino. La conciencia divina dirige estas palabras al ángel de cierta iglesia:
 
“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. (Ap. 3:16)
 
A continuación, el autor del Apocalipsis justifica su lenguaje duro. Él nos da un ejemplo vivo de la vieja y sabia tradición de que un verdadero maestro – o un hermano verdadero – no está preso de las palabras amables externamente, sino que trabaja con rigor y sinceridad:
 
“Yo reprendo y castigo a cuantos amo. Sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa, y cenaré con él, y él conmigo.” (Apocalipsis 3: 19)
 
“Casa”, aquí, simboliza “alma”, consciencia. La voz del espíritu llama a la puerta de la consciencia del aprendiz.
 
El mismo rigor sin medias palabras entre compañeros del camino espiritual surge en muchos otros pasajes del Nuevo Testamento. Una vez, él va en un barco con sus discípulos cuando surge una gran tempestad. Los discípulos despiertan al maestro, asustados. Jesús reprende al viento, lo controla, y llama la atención a los alumnos:
 
“¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” (Mc 04:40)
 
En otra ocasión, Jesús explica a sus discípulos que será necesario que él sufra muchas cosas. Él será rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los eruditos religiosos;  será asesinado y después de tres días va a resucitar. Al oír esto, Pedro lo llama aparte y empieza a estar en desacuerdo, tratando de defender la lógica del mundo y la comodidad.
 
Marcos, 8, narra la reacción del maestro a la actitud de Pedro:
 
“Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro y le dijo: ‘¡Quítate de delante de mí, Satanás! Porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino de los hombres’. Entonces, convocando a la multitud y sus discípulos: ‘Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’.”
 
El contraste entre error y acierto está claro. Aquí, vemos nuevamente la franqueza severa que es necesaria entre hermanos de camino, o entre maestro y discípulo.  Jesús manda “negarse a sí mismo y tomar su cruz” para poder seguirle.
 
“Tomar su cruz” significa asumir su proprio Karma. Es aceptar plena responsabilidad por su vida. No es rechazar o apegarse a las circunstancias desagradables o agradables, sino hacer lo que es correcto, plantando el bien y la verdad que se desea cosechar un día.
 
Sin embargo, cualquiera de nosotros puede bien pensar:
 
“Estas diferentes actitudes hostiles de Jesús son atípicas. El auténtico Jesús es el de Mateo, 5: 38-45 – Jesús de amor incondicional”.
 
Realmente, hay una fuerte contradicción entre las actitudes severas y las actitudes suaves de Jesús. ¿Podría ser este un signo de incoherencia del Maestro? No. De hecho, tenemos que aceptar que la actitud espiritual viva y dinámica. La coherencia no es sinónimo de inmovilidad emocional. El peregrino maduro tiene discernimiento como para saber cuándo hay que ser firme (en las cuestiones decisivas) y cuándo debe ser flexible (en las cuestiones secundarias).
 
Hablando de la venganza, por ejemplo, el maestro dice:
 
“Ya has oído lo que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo, pero a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, ofrece también la otra mejilla; y para luchar contigo y llevará su túnica, déjale también el manto”. (Mt 5, 38-40)
 
Estos párrafos no significan que un buen cristiano deba aferrarse, masoquistamente, a algún acto de injusticia cometido contra él, buscando su repetición y su profundización. Eso no sería el amor o el respeto a sus enemigos. Como sabemos, no es buen Karma para nuestros enemigos hacer injusticias contra nosotros. Por lo tanto, si vamos a ayudarles, debemos evitar que ellos insistan en pisotear nuestros derechos.
 
Lo que se siembra, se cosecha.
 
El que hace injusticia a alguien está llamando desgracias para sí mismo. Si queremos el bien de nuestros opositores, tenemos que tomar medidas para evitar,  hasta donde sea posible, que se cometan injusticias o agresiones gratuitas contra nosotros o cualquier ser.
 
De hecho, el significado de los versículos anteriores es que el alumno deberá abstenerse de toda venganza personal o represalia contra los que le atacan. Coincidiendo con este pasaje del Nuevo Testamento, la filosofía esotérica oriental deja en claro que la búsqueda de la venganza está prohibida para los que deseen recorrer el camino espiritual. El establecimiento de relaciones justas y basadas en el respeto mutuo es esencial para caminar correctamente.
 
Consideremos ahora otra parte de la enseñanza de Jesús que se ha utilizado hasta la saciedad para justificar, erróneamente, la represión neurótica de la diversidad y la aceptación ilegítima de la injusticia.  Jesús afirma en el evangelio de Juan:
 
“Os doy un nuevo un nuevo mandamiento a: que os améis los unos a los otros. Así como yo os amé a vosotros, que también os améis los unos a los otros. Por esto conocerán a todos quienes son mis discípulos, porque tienen amor los unos a los otros.” (Juan 13:34-35)
 
Esta afirmación es absolutamente central. Corresponde también con un axioma milenario de las escuelas esotéricas de los Himalayas: el apoyo mutuo entre condiscípulos es mucho más que un deseo meramente emocional. Constituye una condición indispensable para el verdadero aprendizaje sobre la esencia de la vida. Sin ella, no hay eficiencia en la enseñanza o el aprendizaje. Debemos recordar, sin embargo, que poco antes Jesús alertara sobre el hecho de que había un traidor, había un Judas, entre sus discípulos más cercanos. (Juan 13:21-27)
 
Pero, ¿Qué es un Judas? 
 
Un  Judas no es más que una variedad más peligrosa de aquellos sepulcros blanqueados que vimos anteriormente, que son leales y puros en el exterior, pero en el interior huelen a podrido (Mateo 23).
 
El rigor y el afecto van juntos y son inseparables en lo que respecta a la trayectoria espiritual. En esto, el Nuevo Testamento es perfectamente coherente con la tradición esotérica oriental.
 
El camino del medio, que establece la armonía y el equilibrio entre los dos extremos de un total rigor y una total flexibilidad,  no es la lamentable combinación de un “medio rigor” con una “media flexibilidad”.
 
El camino del medio es tener un firme rigor en preguntas centrales, y una total flexibilidad en cuestiones secundarias.
 
Naturalmente, es necesario discernimiento para diferenciar lo secundario y lo esencial, y  resistencia para soportar las inevitables tormentas. El camino espiritual sólo puede ser recorrido si hay una buena dosis de persistencia, y también indiferencia al dolor personal.
 
El rigor y la buena voluntad son como dos pies en nuestro caminar. No hay ninguna razón para saltar en un solo pie. El camino del medio se abre ante nosotros cuando aprendemos a combinar conscientemente el uso de los dos hemisferios cerebrales, el analítico y el sintético.
 
El peregrino hace como los árboles, que crecen de forma flexible en sus las hojas (lo secundario) y con firmeza en el tronco (lo esencial).
 
Cuando afirmamos la afectividad (según Juan 13: 34-35), debemos examinarnos a nosotros mismos y examinar nuestras relaciones para ver si están libres de la hipocresía, la astucia y las segundas intenciones (según Mateo 23). Al mismo tiempo, cuando combatimos la falsedad, debemos examinar nuestros sentimientos para ver si se conserva la buena voluntad. La franqueza no puede destruir el afecto; el afecto no debe abandonar la verdad.
 
Porque el amor es la verdad cuando se expresa en el nivel emocional, así como la verdad es amor, cuando se expresa en el plano mental.
 
Mente y emoción son inseparables.  Verdad y amor son lo mismo.
 
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El texto “Jesucristo, el Guerrero de la Verdad”  fue traducido del portugués, en 2014, por Juan Pedro Bercial. Título original: “Jesus Cristo,  o Guerreiro da Verdade”.
 
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Acerca del papel del movimiento teosófico en el  despertar ético de la humanidad, lea el libro  The Fire and Light of Theosophical Literature”, de Carlos Cardoso Aveline.
 
 
Publicado en 2013 por The Aquarian Theosophist, el volumen tiene  255 páginas y puede ser obtenido en Amazon Books.
 
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